Espero para ir a Bagdad. Veo lo ultimo que puedo de la desorganizacion del norte. Ayer se escuchaban disparos en Mosul (los peores desde que cayo el regimen), los americanos no contralan nada alli.
Anoche tambien las tropas de USA, en el pueblo de Falluja, cerca de Bagdad, liquidaron a 13 personas y mandaron a 75 al hospital. Era una manifestacion estudiantil y popular que termino en carniceria.
Ahora estoy otra vez en la calma soleada de Erbil. Disfruto mis ultimos dias de un confort que no encontrare en Bagdad pero que pague caro: con la imposibilidad de ver lo que pasaba alla abajo, y aca escuchando las historias de siempre...
Es mediodia en el corazon del Kurdistan iraqui y suenan mas los pajaros que las bocinas. La gente respeta con mucha rigurosidad la siesta. Ahora entramos en la parte del dia en que se mira de reojo la cama, la colchoneta en el piso, el sillon en el patio, o cuando el pastor busca la parte mas confortable del campo o la montania para descansar unas horas.
En uno de los patios _que en el centro de la ciudad son pequenios, cuadrados y de cemento_ , dos mujeres estan haciendo el pan arabe. La mas vieja revuelve la mezcla, la mas joven extiende el engrudo en una gran bandeja redonda y con un palo lo va haciendo cada vez mas fino. Parecen madre e hija, pero posiblemente sean suegra y nuera.
Dos nenas de esa casa juegan en la vereda: se agachan sobre el cemento desparejo y miran algo, parece que espiaran a las hormigas.
La que esta vestida de rojo y no tiene mas de 3 anios, le lleva un plato de comida a un soldado que pasa casi todo el dia dentro de una garita. No queda en claro que cuida, pero esta en medio de una calle con circulacion restringida. La mujer que le envia la comida no parece guardar relacion con el soldado. En esta region, la comida no constituye ningun gesto ceremonial o especialmente hospitalario. Es como el vaso de agua que no se le niega a nadie. La gente puede cocinarte a vos como si fueras cualquiera del resto de las personas que en ese momento camina por su vereda.
En otro patio, una adolescente vestida con un joggin, se sube a un banco de plastico rojo y le pasa un plato de comida a un chico de su edad que vive del otro lado del cerco. El paredon es alto y ellos solo pueden verse las caras. Se quedan hablando un rato, ella provoca una especie de juego fisico y logra tocarlo con la punta de los dedos. Se rien y da la sensacion de que se gustan y se buscan. La comida se enfria.
Tal vez sean primos cuyo matrimonio fue arreglado hace mas de 10 anios. Aca conoci a gente, que a pesar de ese contrato premeditado, lograron enamorarse con pasion y resistirse a la tentacion de rebelarse al contrato.
Suena el segundo rezo del dia. Ya escribi que en Erbil son omnipresentes (y tal vez omnipotentes). A veces resultan hermosos porque inspiran todo aquello que uno pensaba que era esto antes de llegar. Pero otras veces desencantan, repiten aquello de lo que uno desea escapar.
Pasa un vendedor de hojas. Vende hojas de lechuga, de otros vegetales y de plantas verdes exoticas. Ahora pasa otro con bolitas anaranjadas que parecen kinotos. Los productos viajan en mostradores de madera que tienen 4 ruedas y que el vendedor empuja por uno de sus laterales. Ahora camina un chico con una bandeja metalica en la cabeza mientras guarda sus manos en los bolsillos del pantalon, tal vez para demostrar que es buen equilibrista (aunque en la zona son expertos en esta destreza). Lleva masitas dulces decoradas con colores fluorescentes.
El chico del otro lado del paredon, regreso al centro del patio, puso un mantel de plastico en el suelo y se sento a comer. La chica desaparecio. Las mujeres que hacian pan, tambien se fueron. Los rezos acabaron. Es cuestion de minutos: ver la presencia, ver la ausencia.
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